Caminaba desnudo y bañado en llanto en el sueño. Cuando desperté me abracé para llenar el vacío entre el pecho y el resto del universo. La inmensidad de la mañana me sacudió, el resto del día tuve a cuestas la luz del sol mientras cruzaba las calles. No observé a nada ni a nadie, llevaba lentes oscuros y me deslicé cuidadosamente entre las personas, el tráfico y los pensamientos. Cada vez más preocupado por circunstancias que no puedo controlar, el tiempo me atraviesa, nos atraviesa a todos y hay que aceptar tal horror. Hace tiempo leí un relato de Tao Lin en el que describía al cuerpo como una nave que navega el tiempo, en su relato el narrador estaba lleno de Xanax. Yo estoy lleno de Prozac. En alguna parte del “Libro del desasosiego”, Pessoa también hace un simil entre la vida y un barco que navega. Una canción que me gusta va de una nave perdida en alta mar. El mundo está lleno de referencias. Hace poco escuché a Carolina Sanín leer los diarios de Colón. Este daba a sus marineros cifras engañosas sobre cuánto habían navegado, reducía la cifra con frecuencia, así evitaba que se amotinaran a causa del desespero. Curioso. Me pregunto si esta artimaña no es la que ejecutan las personas cuando comienzan a negar su edad, la evitan al ver cuánto han recorrido y cómo aún no llegan a ver tierra a la vista. Suelo decirme: aún queda tiempo, y elaboro una ficción en la que la que mi cuerpo es devorado por varias mujeres, dicen al oído cuanto me han deseado en la vida: y bebo y como: y me siento satisfecho, y rio. Esto es lo que me digo, aún hay tiempo, aún podría vivir estas cosas. No han pasado tantos años. Elevo mi verga al cielo y apunto directamente a los astros, cierro los ojos y me masturbo con el afán de sentir algo. Habrá un día en que esto no pueda ser posible, habrá un día en que ni siquiera importe. Si es que importa en este momento.
2 de noviembre, 2022
